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Son las tres de la tarde y se inicia la algarabía en las habitaciones de niñas y niños de la clínica San Juan de Dios de Cusco.

Ese ambiente de emoción lo genera el sonido de las rueditas del Aula Móvil que se aproxima a ellos. Desde hace cuatro años, Carlos Flores, docente del proyecto “Aulas Hospitalarias” de la Fundación Telefónica, lleva el Aula Móvil hacia los niños para motivarlos y permitir que continúen estudiando a pesar de estar hospitalizados. Les lleva educación, pero también comprensión, amistad, paciencia, aprendizaje mutuo.

“Cuando vamos a ver a los niños parece como si estuviéramos en un concierto. Nos reciben con una alegría inmensa. Cada vez que vengo a la clínica puedo estar cansado, resfriado o con algún problema, pero una vez que estoy con ellos, ver sus rostros de felicidad, llenan mi vida”, nos cuenta Carlos.

El “Aula hospitalaria” consta de un espacio implementado con material pedagógico y tecnológico para las clases. Además, cuenta con un Aula Móvil: módulo con ruedas que contiene un proyector, una laptop, tabletas, libros y materiales educativos que son llevados a las niñas y niños que no pueden movilizarse de sus habitaciones.

Desde que Carlos llegó al “Aula Hospitalaria” ha trabajado con la tecnología en la enseñanza de los niños, muchos de ellos con alguna discapacidad motora. “Vienen chicos desde los tres años y con cada uno se trabajan proyectos diferentes. Los retos pueden ir desde pronunciar una palabra o mover la mano, en algunos casos, pero ver sus rostros de felicidad al haber alcanzado su reto es una alegría compartida”.

Los niños se han vuelto parte de su vida. Ya no se considera solo un profesor: ahora es como un papá para los niños (y así lo llaman los pequeños).

Carlos no solo entrega su corazón a diario en el “Aula Hospitalaria”, también es docente hace 7 años en el colegio Juan Landázuri Rickkets de Cusco. Recuerda que antes sus clases eran solo escribir en el papel. Ahora él utiliza herramientas tecnológicas con sus alumnos, lo que le ha permitido no solo acceder a más información sino también hacer clases dinámicas e innovadoras.

“Una vez no asistí al colegio y cuando llegué, los alumnos me estaban esperando en la puerta y me reclamaron por qué no había ido, que por eso habían estado aburridos y si es que no iba, qué sería de ellos”, comenta con orgullo y una sonrisa de oreja a oreja.

Cada mañana, Carlos se levanta pensando que será un nuevo día donde irá al encuentro con su familia, tanto en la escuela como en el hospital y lo primero que hace es entrar al dormitorio de sus hijas y besarlas en la frente. Ellas son su mayor motivación: “Dentro de mí, en mi corazón ellas saben que por ellas hago todo esto. No me ven a veces todo el día, pero saben que mi corazón siempre está a su lado”.

Para Carlos, ser profesor es uno de los regalos más bonitos que le ha podido dar la vida. Con mucha seguridad afirma que dejar su carrera de biólogo fue lo mejor que hizo. “Estoy agradecido con el Dr. Armando Harvegui, en ese entonces decano de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional San Antonio Abad de Cusco, porque conversando con él durante todo un viaje, me dijo que tenía bastante pasta para enseñar y me animó a dedicarme a la educación. Así lo dejé todo y emprendí este camino”. Él está agradecido con su maestro. Sus alumnos, aún más.

 

CORAZÓN PARA ENSEÑAR
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