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La educación lo es todo; es la columna vertebral del ser humano, es la médula de la sociedad, es el núcleo del entendimiento entre los habitantes del planeta. Imposible olvidar esto más tiempo. La educación, más allá del rendimiento económico y la celebración de los éxitos individuales, debe ser el principal garante del bien común.

La educación debe estar desligada de la explotación porque mancilla su propia excelencia, un asunto muy debatido en la actualidad en Estados Unidos. Los porcentajes, los cómputos, los reiterados exámenes de selectividad y la multitud de negocios paralelos que estos generan en formación, consultoría, asesoramiento, talleres, coaching financiero… Todo forma parte de un sistema lucrativo que genera el propio aprendizaje.

Así como en otro tiempo surgió un movimiento crítico frente a la educación tradicional, consumidora de contenidos a través de la mecánica memorización, hoy existe una corriente, también crítica, que cuestiona una práctica muy extendida en el mundo industrializado y es que, tanto el estudiante como el profesor se han convertido en una pieza de consumo más en el engranaje:

El profesor se ha convertido en un miembro más al servicio de la industria de consumo que debe demostrar que los servicios que aporta están funcionando correctamente, de ahí que necesite el ser evaluado con buenas puntuaciones.

Parece que las cosas comienzan a cambiar; cada vez más universidades retiran las pruebas de acceso (que solo favorecen, argumentan, a los que pueden costear una mejor preparación) y se promueve, en cambio, la importancia del ensayo en las aplicaciones así como las entrevistas personales. La búsqueda del valor diferencial tiene hoy más que ver con la capacidad de Asombro –palabra que remarcamos en mayúscula– o la curiosidad. Tiene más que ver, en definitiva, con la actitud ante el aprendizaje. Este es el núcleo de la revolución pendiente porque denota acción individual; el deseo de querer aprender.

El bien común

La Economía no debe tratar del beneficio individual sino reivindicar el bienestar social. Una al servicio de la otra, Economía y Educación, podrían ser parte de un mismo núcleo que aspire al enriquecimiento de lo común que no es otra cosa que el entendimiento humano.

¿De qué tiene que liberarse el ser humano para caminar hacia delante de una manera más plena? Nos lo preguntamos desde el campo de la educación y llegamos, con Morin, a una conclusión: debe volver a empezar. Tiene que liberarse de su apatía del vivir, saber afrontar la incertidumbre, la imperfección, el coraje de la curiosidad por aprender y la importancia del otro, porque en el otro está reflejada también la felicidad de uno mismo.

La educación, recordemos una vez más, es una fuerza para unir a las personas. Unirlas no es homogeneizarlas. No es tampoco distanciarlas por contenidos geográficos partidistas ni intereses ajenos que distraen el aprendizaje y contaminan el simple afán del maravilloso despertar al descubrimiento de lo común, lo que une. La excelencia.

Lee el artículo completo de Almudena Solana en #Telos115 clic aquí 

Llegados a este punto, nos volvemos a preguntar: ¿dónde queda el bien común? ¿ Dónde queda aquello que va más allá de uno mismo y su entorno de iguales? Asistimos a una carencia de interés por lo ajeno; algo que se extiende hacia la desafección absoluta por lo que ocurre en el entorno, la naturaleza.

«Educación: ¡Prepárense para el impacto!»
«Educación: ¡Prepárense para el impacto!»